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(Carta 1, 1845) 20 de diciembre de 1845

  1845 (Carta 1, 1845) 20 DE DICIEMBRE, PORTLAND, MAINE CARTA A Enoch Jacobs Transcripto del Day-Star, t. 9, Nº 7 y 8, 24 de enero de 1846, pp. 31,32. Ver Elena G. de White, Primeros escritos, pp. 44-50. Primer informe conocido y publicado por Elena Harmon, a los 18 años, de su primera visión y […]


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Primero visión

Primera Visión

1845

(Carta 1, 1845)

20 DE DICIEMBRE, PORTLAND, MAINE

CARTA A

Enoch Jacobs

Transcripto del Day-Star, t. 9, Nº 7 y 8, 24 de enero de 1846, pp. 31,32.

Ver Elena G. de White, Primeros escritos, pp. 44-50.

Primer informe conocido y publicado por Elena Harmon, a los 18 años, de su primera visión y posterior visión sobre la "Tierra Nueva". Escrito alrededor de un año después de su primera visión, este informe entremezcla información  de esas dos visiones con contenido relacionado. Lo que sigue es la traducción de una transcripción no modificada del texto.
Carta de la hermana Elena Harmon
 Portland, Maine, 20 de diciembre de 1845
 Hno. Jacobs:
Puesto que Dios me ha mostrado en santa visión los viajes del pueblo adventista hacia la Santa Ciudad, y la rica recompensa que se dará a quienes aguardan el regreso de su Señor desde la boda, puede ser mi deber darle un breve esbozo de lo que Dios me ha revelado. Los queridos santos tendrán que pasar  a través de muchas pruebas. Pero nuestras leves aflicciones, las cuales son sólo por un momento, obran para nosotros un cada vez más sobrexcedente y eterno peso de la gloria; siempre y cuando no miremos las cosas que se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas. De regreso he procurado traer un buen informe y unas pocas uvas de Canaán celestial, por lo cual muchos querrían apedrearme así como la congregación intento apedrear a Caleb y a Josué por su informe (Núm. 14:10). Pero le declaro, mi hermano en el Señor, que es una tierra excelente, y que estamos bien capacitados para subir y tomar posesión de ella. Mientras oraba en el altar familiar el Espíritu Santo descendió sobre mí y me pareció ser elevada más y más alto, muy por encima del mundo tenebroso. Me volví para buscar al pueblo adventista en el mundo, pero no pude encontrarlo, cuando una voz me dijo: "Mira otra vez, y mira un poco más arriba". En eso, alcé los ojos y veo un sendero recto y angosto, trazado muy por encima del mundo. Sobre ese sendero el pueblo adventista viajaba hacia la ciudad, la cual estaba en el extremo más alejado del sendero. Tenían una luz brillante instalada detrás de ellos en el extremo inferior del sendero, la cual, según me dijo el ángel, era el Clamor de Medianoche. Esa luz brillaba a todo lo largo del sendero y alumbraba sus pies para que no tropezaran. Y sin mantenían sus ojos fijos en Jesús, quien estaba exactamente delante de ellos guiándolos a la Ciudad, estaban seguros. Pero algunos no tardaron en cansarse, diciendo que la Ciudad todavía estaba muy lejos y que sus expectativa había sido haber entrado antes a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, y de su brazo dimanaba una luz gloriosa que ondeaba sobre la hueste adventista, y ellos gritaban: "¡Aleluya!" Otros negaron temerariamente la luz que brillaba detrás de ellos y dijeron que no era Dios que los había guiado hasta allí. Entonces se extinguió la luz que estaba detrás de ellos lo cual dejo a sus pies en tinieblas absolutas, de modo que tropezaron y, al quitar sus ojos de la huella y perder de vista a Jesús, cayeron fuera del sendero hacia abajo, al tenebroso y malvado mundo inferior. Les era tan imposible a ellos subir el camino nuevamente e ir a la Ciudad, como lo fue para todo el mundo malvado que Dios había rechazado. Ellos cayeron a lo largo de todo el sendero, uno tras otro, hasta que oímos la voz de Dios, semejante al sonido de muchas aguas, la cual nos anunciaba el día y la hora de la venida de Jesús. Los santos vivientes, 144.000 en número, reconocen y entienden la voz; pero los malvados se figuraron que era truenos y un terremoto. Cuando Dios hablo la fecha, derramo sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros rostros comenzaron a iluminarse y brillar con la gloria de Dios así como lo hizo el de Moisés cuando descendió del monte Sinaí (Éxo. 34:30-34). Para que entonces los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En sus frentes estaba escrito: "Dios. Nueva Jerusalén", y una estrella gloriosa contenía el nuevo nombre de Jesús. Los impíos estaban enfurecidos al vernos en nuestro santo y feliz estado, y se precipitaron violentamente con el fin de poner sus manos sobre nosotros para arrastrarnos a la cárcel, pero cuando extendimos la mano en el nombre del Señor, los impíos cayeron rendidos al suelo. Entonces fue que la sinagoga de Satanás supo que Dios nos había amado -a quienes podíamos lavarnos los pies unos a otros y saludar a los santos hermanos con ósculo santo-, y ellos adoraron a nuestros pies. Pronto nuestros ojos fueron atraídos hacia el Este, porque había aparecido una pequeña nube negra del tamaño aproximado de la mitad de la mano de un hombre, la cual era, según todos sabíamos, la Señal del Hijo del Hombre. En solemne silencio todos mirábamos fijamente como la nube iba acercándose y volviéndose cada vez más clara, y más brillante, gloriosa y aún más gloriosa, hasta que se convirtió en una gran nube blanca. Su parte inferior se veía como fuego; sobre ella había un arco iris, mientras que alrededor de la nube aleteaban 10.000 ángeles que cantaban un canto muy encantador. Sobre ella estaba sentado el Hijo del Hombre, sobre su cabeza había coronas, sus cabellos eran blancos y rizados y le caían sobre sus hombres. Sus pies tenían la apariencia del fuego; en su mano derecha había una hoz afilada; en la izquierda, una trompeta de plata. Sus ojos eran como una llama de fuego, los cuales escudriñaban de par en par a sus hijos. A continuación todos los semblantes palidecieron, y se ennegrecieron los de aquellos a quienes Dios había rechazado. Entonces todos exclamamos: "¿Quién podrá sostenerse en pie? ¿Esta inmaculada mi túnica?" Después los ángeles dejaron de cantar, y hubo un tiempo de pavoroso silencio en el momento cuando Jesús habló: "Quienes tengan las manos limpias y un corazón puro serán capaces de sostenerse en pie; mi gracia es suficiente para ustedes". Al escuchar estas palabras nuestros rostros se iluminaron, y gozo llenó cada corazón. Los ángeles pulsaron una nota más alta y volvieron a cantar, mientras la nube se acercaba aún más a la Tierra. Luego sonó la trompeta de plata de Jesús, mientras él descendía en la nube envuelta en llamas de fuego. Miró fijamente las tumbas de los santos que dormían, después alzó los ojos y las manos al cielo y exclamó: "¡Despierten! ¡Despierten! ¡Despierten! los que duermen en el polvo, y levántense". Entonces se produjo un  terremoto poderoso. Se Abrieron las tumbas y resucitaron los muertos revestidos de inmortalidad. Los 144.000 gritaron "¡Aleluya!" al reconocer a sus amigos que la muerte había arrebatado de su lado, y en el mismo instante nosotros fuimos trasformados y arrebatados juntamente con ellos para encontrar al Señor en el aire. Juntos, todos entramos en la nube y durante 7 días ascendimos hasta el mar de vidrio, los 144.000 estaban de pie formando un cuadro perfecto. Algunos de ellos tenían coronas muy brillantes; otros, no tan brillantes. Algunas coronas se veían colgadas de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas. Todos estaban perfectamente satisfechos con sus coronas. Y todos estaban vestidos con un glorioso manto blanco desde sus hombros hasta sus pies. Había ángeles en todo nuestro derredor mientras marchábamos sobre el mar de vidrio hacia la puerta de la Ciudad. Jesús levanto su brazo poderoso y glorioso, asió la puerta, la hizo bascular hacia atrás sobre sus bisagras de oro y nos dijo: "Ustedes han lavado sus túnicas en mi sangre, se mantuvieron firmes a favor de mi verdad, entren". Todos ingresamos resueltamente, con el sentimiento de que teníamos perfecto derecho a entrar en la Ciudad. Aquí vemos el árbol de la vida y el trono de Dios. Del trono salía un rió de agua pura, y sobre ambas márgenes del rió estaba el árbol de la vida. En una margen del rió había un tronco de un árbol, y un tronco en la otra margen del rió, ambos de oro puro y transparente. Al principio pensé que veía dos árboles. Volví a mirar y veo que los dos troncos estaban unidos en su parte superior en un solo árbol. Así estaba el árbol de la vida sobre ambas márgenes del rió de la vida. Sus ramas se inclinaban hacia el lugar donde estábamos ubicados. Y el fruto era glorioso, el cual se veía como de oro mezclado con plata. Todos nos fuimos debajo del árbol y nos sentamos para mirar la gloria del lugar, cuando los Hnos. Ficht y Stockman quienes habían predicado el evangelio del reino, a quienes Dios había puesto en el sepulcro para salvarlos, se acercaron a nosotros y nos preguntaron qué nos había acontecido mientras ellos dormían. Tratamos de recordar nuestras pruebas más grandes, pero resultaban tan insignificantes en comparación con el más sobreexedente y eterno peso de gloria que nos rodeaba, que no pudimos hablar de ellas, y todos exclamamos: "!Aleluya, el cielo es lo suficientemente barato!", y pulsamos nuestras arpas gloriosas e hicimos resonar las bóvedas del cielo. Y mientras mirábamos fijamente las glorias del lugar, nuestros ojos fueron atraídos hacia arriba, hacia algo que tenía la apariencia de la plata. Pedí a Jesús que me permitiera ver lo que había allí dentro. En un momento volamos hacia arriba y entramos. Aquí vimos al buen anciano padre Abraham, a Isaac y a Jacob, a Noé, a Daniel y a muchos como ellos. Y vi un velo con pesados flecos de plata, y como una especie de ruedos de oro en la parte de abajo. Era muy hermoso. Pregunté a Jesús que había dentro del velo. Lo levanto con su propio brazo derecho, y me pidió que mirase con atención. Vi allí una gloriosa arca, recubierta con oro puro, y tenía un borde glorioso semejante a las coronas de Jesús. Sobre el arca había dos ángeles brillantes; sus alas estaban extendidas sobre el arca y ellos como sentados, uno en cada extremo, con sus rostros vueltos el uno hacia el otro y vuelto hacia abajo. En el arca, debajo de las alas extendidas de los ángeles, había una vasija dorada de Maná en una tonalidad amarillenta, y vi una vara, que Jesús dijo que era la de Aarón, y la vi brotar, florecer y dar fruto. -Y vi dos largas varas de oro de las cuales colgaban cables plata, y de los cables las uvas más magníficas. Un racimo era más de lo que un hombre puede cargar aquí. Y vi que Jesús se adelantó y tomó del maná, las almendras, las uvas y las granadas, y las llevó abajo, a la ciudad, y las colocó sobre la mesa de la cena. Me adelanté para ver cuánto había sacado, y permanecía la misma cantidad que antes, y exclamamos: "¡Aleluya! ¡Amén!" Todos descendimos de este lugar hacia el interior de la ciudad, y con Jesús al frente, todos descendimos de la ciudad a esta Tierra, y nos posamos sobre una montaña grande y poderosa, la cual, incapaz de sostener a Jesús, se partió por la mitad y se formó una vasta llanura. Entonces miramos hacia arriba y vimos la gran ciudad con doce cimientos y doce puertas, tres en cada lado, y un ángel en cada puerta, y todos exclamamos: "¡La ciudad, la gran ciudad, ya baja, ya baja desde Dios, del cielo!", y ella descendió y se asentó en lugar donde estábamos ubicados. Después comenzamos a mirar las cosas gloriosas fuera de la ciudad. Allí vi las casas más magníficas, las cuales tenían apariencia de plata, sostenidas por un conjunto de cuatro columnas engastadas con las más preciosas perlas a la vista; esas casas serían habitadas por los santos. En cada una había una repisa de oro, y vi a muchos de los santos entrar en las casas, quitarse sus coronas centelleantes y colocarlas sobre la repisa, para luego salir al campo contiguo a las casas para hacer algo con la tierra, aunque no como lo que tenemos que hacer aquí con la tierra, no, no. Una luz gloriosa brillaba en todo el rededor de sus cabezas, y ellos estaban continuamente gritando y ofreciendo alabanzas a Dios. Vi otro campo lleno de todo tipo de flores, y al cortarlas exclamé: "¡Vaya, jamás se marchitaran!" Lo siguiente que vi fue un campo de alta hierba, gloriosísimo para contemplar. Era de color verde vivo, y tenía reflejos de plata y oro al ondular gallardamente para la gloria del Rey Jesús. Luego entramos en un campo lleno de todos los tipos de animales; el león, el cordero, el leopardo y el lobo, todos juntos en perfecta unión. Pasamos por medio de ellos y nos siguieron mansamente. De allí entramos en un bosque, pero no como los bosques sombríos que tenemos aquí en la Tierra, no, no; sino luminosos y sumamente gloriosos por donde se los mirase. Las ramas de los árboles se mecían de uno a otro lado, y todos exclamamos: Moraremos seguros en los desiertos y dormiremos en estos bosques. Atravesamos el bosque, porque estábamos en camino hacia el Monte Sion, y en el trayecto nos encontramos con un grupo que también miraba fijamente las glorias de paraje: advertí que el borde de sus vestimentas era rojo. Sus coronas eran brillantes; sus túnicas eran de un blanco puro. Mientras que los saludábamos pregunté a Jesús: "¿Quiénes son?" Dijo que eran mártires que habían sido asesinados por causa de él. Con ellos había una hueste innúmera de pequeñuelos, quienes también tenían un ribete rojo en sus ropas. El Monte Sion justo ante nosotros, y sobre el monte estaba asentado un templo glorioso, y lo rodeaban otros siete montes, en los cuales crecían rosas y lirios, y vi que los pequeñuelos trepaban por los montes, o si lo preferían, usaban sus alitas para volar hasta la cumbre de las montañas y arrancar flores que jamás se marchitarían. Para embellecer el lugar había todo tipo de árboles alrededor del templo. El boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la higuera, doblegada bajo el peso de sus maduros higos; todos hacían que el lugar se viera glorioso por doquier. Y cuando íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzo su melodiosa voz y dijo: "Únicamente los 144.000 entran en este lugar", y nosotros gritamos: "¡Aleluya!" Bien, bendito sea el Señor, Hno. Jacobs, esta es una reunión extraordinaria para quienes tienen el sello del Dios viviente. Este templo estaba sostenido por siete columnas, todas de oro transparente, engastadas con perlas gloriosísimas. No puedo siquiera comenzar a describir las cosas gloriosas que vi allí. ¡Oh, si pudiese hablar en el idioma de Canaán, entonces podría contar un poco de la gloria del mundo superior!; pero si es fiel, usted pronto conocerá todo sobre ella. Allí vi tablas de piedra en las cuales estaban esculpidos, en letras de oro, los nombres de los 144.000. -Después que contemplamos la gloria del templo, salimos. Entonces Jesús nos dejó y se fue a la ciudad. Pronto oímos otra vez su preciosa voz que decía: "Venga, pueblo mío; ustedes han salido de la gran tribulación y hecho mi voluntad, sufrieron por mí; entren a cenar, que yo me ceñiré y les serviré". Nosotros gritamos "¡Aleluya! ¡Gloria!", y entramos en la ciudad, y vi una mesa de plata pura, la cual tenía muchos kilómetros de largo; sin embargo nuestros ojos podían abarcarla toda. Vi el fruto del árbol de la vida, el maná, las almendras, los higos, las granadas, las uvas y muchas otras especies de frutas. Todos nos sentamos a las mesa. Pedí a Jesús que me permitiese comer de las frutas. Él dijo: "Ahora no. Quienes comen los frutos de este lugar ya no vuelven a la tierra. Pero en poco tiempo si eres fiel, podrás comer tanto del fruto del árbol de la vida como beber del agua del manantial", y dijo: "Debes volver a la tierra y contar a otros lo que te he revelado". Entonces un ángel me transporto suavemente a este mundo oscuro. A veces pienso que ya no puedo permanecer aquí por más tiempo; todas las cosas de la tierra se ven muy lúgubres. Me siento muy sola aquí, pues he visto una tierra mejor. ¡Ojala tuviese alas como de paloma, entonces echaría a volar lejos y obtendría reposo!
                                                                                                                  ELENA G. HARMON
P.D.: Esto no fue escrito para ser publicado, sino para alentar a todos los que lo consulten, y para que sean animados por ello
Josue Grilletti es estudiante de comunicación social en la Universidad Adventista del Plata.
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